jueves, 6 de diciembre de 2018

Noy hoy, Humberto ayer


La dejé a Noy en su hotel y me volvía a casa.
Doblé en San Martín, y las lágrimas comenzaron a llegar de a poquito, suavecitas las primeras, hasta que termina todo con un gran suspiro y un llorar a moco tendido que es ahora, cuando quiero traducir los sentimientos en palabras.
La dejé a Noy luego de su hermoso “ritual” de lectura de las poetas que más amó, que mejor conoció, con quienes más compartió, a quienes tradujo…
Venía bien luego de dejarla, y empecé a pensar en mi amigo Humberto, lo recordé diáfano, pleno, contento…
Humberto era gay y nunca me lo había dicho, lo descubrí yo solita.
Lo descubrí después de enamorarme de él, en verdad yo me enamoraba de casi todo el mundo, y una noche al fin de una fiesta, en un taxi lo tomé por asalto, lo besé, lo abracé, y él aceptó en parte todos mis arrebatos y luego me dijo que ya hablaríamos. La siguiente vez que lo vi me pidió que lo disculpe, que había tenido una mala experiencia con una chica y prefería esperar.
Me destrozó el corazón. ¿Me destrozó el corazón?
Creo que definitivamente no.
Se lo comenté igual a mis compañeros de guardia que habían sido testigos de mi arremeter contra él.
La siguiente cena a compartir iba a ser justamente en la casa de Humberto. Me dio la llave de su casa –vivía con Julio en Córdoba y Puyerredón- con anticipación, yo podía llegar antes y comenzar a preparar todo. Llegué, comencé a preparar todo y ya que estaba a chusmear las habitaciones. Había fotos de Humberto y Julio en todas y cada una de ellas. En distintos lugares de vacaciones, tomados de la mano, sujetos por la cintura, tomados por los hombros, corría el año 83, fin de ese año, comienzo del 84.
Cuando llegaron el resto de los compañeros de la guardia en un momento recuerdo que tomé a uno lo llevé a uno de los cuartos y mostrándole una foto de Humberto y Julio le dije…qué te parece…esta es la chica…por esto no podía estar conmigo.
Pasó esa noche, Humberto y yo nos convertimos en grandes amigos, mi mejor amigo, el más querido.
Aún recuerdo como si fuera hoy cuando me dijo que lo mejor que le había pasado en la vida había sido participar del carnaval de Rio de Janeiro y haberse podido vestir de mujer.  ¡Le había encantado! ¡Fue feliz!
En el año 87 nos vinimos con mi familia a vivir a Río Grande, Tierra del Fuego, y con mi marido habíamos arreglado que Humberto se quedaría en casa. No pagaría alquiler, pero sí se ocuparía de pintar, de plastificar los pisos y otras cuestiones que no habíamos podido resolver, eso por el lapso de 6 meses, luego veríamos.
Mi ex suegra y mis ex cuñadas se ensañaron con Humberto. Mi ex suegra que era dueña de la cuarta parte de nuestro departamento decidió que quería venderlo y que Humberto se tenía que ir. Humberto en un punto se fue. A pesar de esa actitud horrible, él y yo seguimos siendo amigos.
Cuando yo volvía a Bs As tenía dos amigos a quienes ver: Cecilia Freire y Humberto Achával.
En el año 92 cuando se acercó el día del amigo, me di cuenta que hacía rato que no hablaba con Humberto. En época de no celulares, ni internet, llamé por teléfono a Humberto y nadie contestó. Llamé más tarde y tampoco. Finalmente me decidí y llamé a Julio, su ex compañero, el del viejo departamento, y Julio me contó que Humberto había fallecido poco tiempo antes, había enfermado de SIDA, su mamá se lo había llevado a Santiago del Estero, había tenido complicaciones siquiátricas graves y había muerto.

Fue terrible para mí en ese momento, sigue siendo terrible ahora.
Cuando veo a Noy, tan lleno de vida, tan contento, tan disfrutando, recuerdo a Humberto y pienso en cuán distinto podría haber sido todo si sólo hubieran sabido.
Si sólo se hubieran cuidado.
Y me duele su dolor, me duele la injusticia, me duele que no haya sido feliz.
Me duele no tener una foto de Humberto para adjuntar a mi historia.
Me duele mi dolor.


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