sábado, 22 de julio de 2017

Vuelta a milonguear?




 Lo mejor que me pasó en esta vuelta a las milongas fue Griselda Chilo.
Con ella entramos y con ella nos fuimos.
Ella iba por primera vez a una milonga y esto era un lugar donde subíamos por una escalera horrible a una planta alta, iluminada con luces de boliche, con la música hiperalta que no permitía conversar -cuando eso es precisamente lo que puede hacer en una ,milonga el que no baila: conversar- en lo que teóricamente sería el hall frío, en realidad helado y sin ninguna puerta divisoria con el resto del bailongo, la gente fumaba. Fumaba mucho, a mí me molestó.
Quise ir a escuchar un par de audios de mis hermanas pero había mucho humo, un asco.

Guillermo me sacó a bailar en dos tandas, como hace mucho que no bailo y menos con él, me equivoqué, lo pisé, le pedí disculpas...y debo decir que a pesar de lo mucho que despotriqué contra él en el pasado, fue bueno que él me sacara a bailar, muy bien, muy educado.

A los otros amigos los saqué yo, a Pancho con unas milongas que no le copaban mucho y a Rubén Vivas con unos tangos. -En realidad me dijo él de bailar, pero fue porque yo me quedé parada al lado como estatua-.

Hubo un cantor Facundo no sé cuánto, terrible. Más fuerte que nunca la música, y encima el cantor con el micrófono a full y parejas que bailaban.
Y nunca se lo iba a decir a Griselda, pero yo veía quiénes de los hombres y con qué chicas bailaban.
Los dos de Ushuaia que antes daban “clases” con las más jóvenes, las más bonitas., tangos imbailables. Porque se puede bailar el himno nacional, y bailarlo bien, pero ellos no bailaban bien, no.

Griselda iba por primera vez a una milonga y esto era como un baile en un piso de tierra del campo, pero con baldosas y con un agua en botellita que cuesta 50 $ y pagó Griselda. Después pusimos plata en una alcancía, no sabíamos para qué pero pusimos. Yo no quería que ella pusiera, me sentía culpable de haberla llevado allí, que ni siquiera su profe con el que tomó clases particulares la sacó a bailar.

Horrible todo, la música fuerte, el agua cara, la planchada a mi juicio innecesaria, estuvieron buenos los abrazos y los encuentros con algunos a los que hace mucho no veía: Cristina, Mariana, Carlitos y María. Cuando nos fuimos con Griselda a tomar un café pensé que todo iba a mejorar y me lleva al Casino Club, un lugar que pisé sólo una vez en los últimos 21 años y que para mí está asociado con timba, guita, merca, alcohol.
Nos sentamos en una mesa y pedimos un café y un capuchino. Desde esa mesa yo seguí sintiendo los olores de tabacos varios que no sé cómo llegaban hasta ahí, y me molestaba. Pensé sacar una foto del lugar y publicarla en Instagram y lo deseché, qué iba a escribir, un lugar que odio, estoy en un lugar que odio...qué hago acá.

Empezó a fluir la conversación con Griselda y ahí empecé a ganar. Comprendí para que había sido todo lo anterior y lo de ese momento, me contó porque el dueño del museo Rocsen en Córdoba, Traslasierra- lugar donde me gustaría vivir- había decidido irse a vivir allí...por la mica en la tierra que hacía que ese lugar tuviera una energía importante y diferente.
Y hablamos de médicos truchos, de coimas a directores de IPAUSS en tiempos pretéritos, de ganancias malhabidas, de un sistema que va a acabar por asfixiarse a sí mismo (palabras mías), de cirugías bariátricas in crescendo, de muerte, de dolor, de mala praxis, y después nos fuimos y en la puerta de casa dentro de su hermoso auto seguimos.
Y hablamos de trekkings, de barquichuelos, de lagos y de viajes, de vuelcos yendo al Michi, de su amiga que por suerte está bien ahora, y cúanto me alegra.

Balance positivo: Griselda Chilo 1- Milonga 0