jueves, 20 de febrero de 2014

Mujeres tareferas en lucha

Tierra adentro


Por: Sergio Alvez y Sebastián Korol

Compré la revista Sudestada de marzo del 2012, probablemente en julio del 2012, en la librería de las Madres. Distintos motivos hicieron que no la leyera en su oportunidad y me reencontrara con ese número de la revista ahora.
Descubrí -aunque algo conocía- el horror de "las Oesterheld", y también me produjo bronca e impotencia este otro artículo cuyo extracto copio y pego.
Le decía a mi hija Panda, que no puedo creer que en 2014, y antes en el 2012 ocurrieran y ocurren cosas semejantes.
El trabajo esclavo de la gente tarefera es tan terrible y tan horrorosas sus condiciones de vida, produce un estado de rebeldía y bronca como pocos.
Y la yerba aumenta y aumenta de precio, y eso no corre paralelo a la paga de los y las tareferas.
Patético

(JPG)
Trabajan cortando la yerba mate en los campos de Misiones. Sufren junto a sus hijos en la precariedad de campamentos infrahumanos, en una provincia que tiene esclavos en sus yerbales y una ministra de Trabajo que cree que “hay disposiciones del Ministerio de Trabajo de la Nación que son impracticables”. Desprotegidas y de cara a otro año de mesas vacías, cortaron la ruta en Oberá y llegaron a Posadas, donde acamparon durante unos días frente a la Casa de Gobierno de Misiones para exigir dignidad.


Uno. “Son las seis de la tarde y en Oberá tenemos 32 grados de temperatura” se escucha en la radio de la casa de Doña Chela. El camión llega al barrio San Miguel, y enseguida empiezan a subir los tareferos. Primero las mujeres con los niños, después los hombres con las carpas, los colchones y las herramientas. El grito del cuadrillero para apurar a la gente se mezcla con el llanterío de la gurizada. Un rato más tarde, ya todos están acomodados en el acoplado. El camión empieza a moverse. Las manos de los que se quedan en el barrio se agitan, saludando, bendiciendo, deseando suerte, que es algo que necesitarán y mucho quienes parten hacia la tarefa. Doña Chela apaga la radio y, en el silencio del patio de tierra, le reza a su virgencita para que los que se van no sufran tanto esta vez.
Llegan al yerbal y ya es de noche; la linterna del capataz no alcanza para iluminar a todos y ahora las criaturas lloran con más fuerza que cuando salieron: están asustadas. Sus madres intentan calmar tanta lágrima y temor.
De inmediato, los hombres van buscando dónde armar el campamento. Es una tarea complicada porque no se ve nada. Hay que ir tanteando el capuerón2 y decidirse por donde los yuyos están más bajos. Ahí se machetea un poco en la oscuridad y después se arman las carpas de nylon negro, que durante los próximos quince días serán el único techo posible.
Mientras, las mujeres se organizan para ir a buscar agua: el capataz dice que hay una vertiente a medio kilómetro. Por suerte algunas trajeron baldes. Las que no van se encargan de armar la fogata y otras empiezan a mezclar harina con aceite y agua para preparar el reviro3 que comerán más tarde grandes y chicos.
De madrugada, el inmenso silencio del yerbal a oscuras sólo será interrumpido por el alarido de miedo de una madre que descubrió una yarará4 que entraba a su carpa, o el llanto de un bebé hambriento. Cuando el sol comienza a asomar, todos ya están levantados; es hora de ir a tarefear.
Dos. Lunes 5 de diciembre. Los tran¬seúntes habituales de la Plaza 9 de Julio de Posadas se detienen a mirarlas. Algunos turistas se acercan a hacerles fotos y los policías de Casa de Gobierno las rodean sin abrir la boca, en plan intimidatorio. Ellas siguen haciendo lo suyo; para eso han venido desde Oberá. Arman las carpas y colocan las pancartas que resumen lo que tienen para decirles a los gobernantes de Misiones que, fresquitos desde sus oficinas con aire acondicionado, corren la cortina apenitas para mirar. No es extraño, entonces, que aparezca enseguida un inspector municipal para labrarles un acta de infracción “por colocar pasacalles de protesta entre los árboles, instalar elementos como ollas, cocina a gas, en un lugar donde está prohibido”. Un muchacho observa la escena del agente municipal que labra el acta a las mujeres que acaban de llegar. “Hay que ser un reverendo hijo de puta para hacerles esto” dice, solidarizándose con las tareferas. Y razón no le falta.
(La nota completa en la edición gráfica de Sudestada Nº 106 - marzo 2012)

jueves, 6 de febrero de 2014

Feliz cumpleaños mamá!




Mañana 7 de febrero de 2014, mi mamá -Susi- hubiera cumplido 86 años. Muchos.
Ya le parecieron a ella muchos sus 84 cuando murió.
Mi hijo Juan equivocó la fecha y el 4 me llamó al celular y me preguntaba una y otra vez cómo estaba.
Él se refería a eso, al cumple de Susi, y debe haber pensado que yo me sentía mal al rememorar esa fecha.
Y yo me siento mal casi todos los días.
Es raro que pase un día sin que haya pensado en mamá, le hablo mentalmente, le pregunto cosas, cuando veo fotos de ella mentalmente pienso “mamuschka...” y queda ahí, sólo en nombrarla.
Hay días en que siento y la recuerdo más que otros y con mi personalidad culpógena no dejo de acusarme.
Cuando me pienso en sus últimos días me siento mal, me vuelven la impotencia, la tristeza, el verla tan distinta, tan otra, tan lo que no era, y yo sin darme cuenta o equivocando el diagnóstico.
Y yo por qué tenía que tener un diagnóstico?, no era su médica, era su hija.
Y también de pronto sentirla desvalida y grande, anciana como ella decía y no haberme dado cuenta, no haberme dado cabal cuenta que iba envejeciendo y nos necesitaba más.

Lo que también ocurrió hoy fue ver fotos, fotos de cumpleaños, navidades, cumpleaños de mis sobrinos, yo nunca estaba. También me culpo a mí misma por eso. De haberme ido lejos, muy lejos, evidentemente era lo que quería en ese momento. Y lo logré, me fui lejos y ya no teníamos que discutir para las fiestas, dónde van, dónde lo pasan.
Me culpo también por mi intolerancia, y no cuando era joven y mamá también, mi intolerancia hace pocos años y ella que se enojaba y me lo recriminaba.
Como hago yo con mis hijos ahora, sobre todo con Panda y con Juan.
Hasta a veces me imagino diciendo “ya van a ver cuando ya no esté, como me van a extrañar y como se van a arrepentir por ser intolerantes”.
Pero mis hijos no nacieron de un repollo y yo tampoco.

Estoy mucho en su casa, donde ahora hay nietos y gatos.
Al principio yo también hubiera querido que la casa quedara igual, pero también me daba cuenta que no podíamos convertir la casa en un museo, conservar todo tal cual, no fuera a ser que mamá se despertara de la siesta y nos retara por haber cambiado cosas de lugar.
Y la casa está buena así, con jóvenes, con música, con comidas que se comen a cualquier hora, con pantallas de lámparas que se van interviniendo, con plantas que se siguen cuidando, con Eli que duerme en la habitacion de la abuela que después fue el cuarto de la compu de mamá, y yo ahora en la de las chicas, y Panda en la que fuera mía, y Victoria en la suya.

Recién Victoria me sorprendió llorando y le dije que no se preocupara, que yo era melodramática.
Viendo las fotos veo que vivió una buena vida, trabajó mucho, muchísimo, por nosotras para nosotras, pero también pasó buenos momentos en sus viajes, tomando el té con sus amigas, juntándose para jugar a las cartas, cantando en el coro -eso era algo que le fascinaba- le ponía todas las pilas al coro.
Militó contra el cierre de la Casa del Jubilado donde se juntaban a cantar, y logró que no la cerraran, dejó grabado un CD para Ernes con canciones.
Ernes fue una de las grandes cosas que le pasaron en sus últimos dos años de vida, hasta dejó de fumar cuando nació su bisnieto. Y Juan se convirtió ante sus ojos en el mejor padre del mundo.
Desde su blog comenzó a militar en política, siempre había sido gorila y con Juan, Néstor y Cristina se convirtió no sólo en kirchnerista, sino en peronista.
Recuerdo el día que murió Néstor, hablamos por teléfono, y me dijo “Cris, nosotras no nos dimos cuenta de todo lo que significó este tipo para el país, no lo podíamos vislumbrar”, terriblemente apenada.
Lamentó mucho la muerte de Mercedes Sosa, de Alfonsín.Yo me imagino cómo habría sufrido cuando se murió Hugo Chávez.
Yo sigo con mi duelo, no puedo parar, no sé cuándo acabará, si es que acaba. Muchísimas veces por día, por semana, me siento, me veo haciendo, pensando o diciendo cosas que sé que hubiera dicho mamá. El otro día mi hermana Paula miró una foto mía reciente y dijo, mirá, estás re parecida a mamá. Y yo siempre pensé que era Paula la parecida.

Me gustaría escribir con metáforas, pero no puedo, como Pri Vallone, que se sigue doliendo y doliendo como yo, pero es muchísimo más joven y escribe su dolor, por ejemplo así:

Tengo vidrios en la cabeza
si tuviera un eje estaría demolido
vidrio molido en la boca
tengo vidrios en la columna
entre las vértebras
recostarme sobre mi espalda
es recortar formas en mi piel
y luego verlas sangrar
marcar los dias que fui
los que me quedan
los que no son
teñir el horizonte de rojo
seguir mi huella de la noche anterior
los vidrios que deje para pisar otra vez
tengo vidrios desgarrándome los ojos
vidrios en la lengua
esto es poder escupir y tragar todos los vértices del duelo
y decir
y no decirme
quiebro

Pri Vallone


Mi bisabuela, mi abuela, mi mamá. Yo sé que esas mujeres me están cuidando, lo siento, lo presiento, sé que estan cerca mío.
Feliz cumpleaños mamá, donde sea que estés!