lunes, 27 de mayo de 2019

Escrito de Vicent dado a Fabio Reiss en el 2015



Milagro

Por Manuel Vicent
El País, Madrid, agosto de 2001


En la puerta de la heladera y también en el espejo del lavabo he escrito una oración con los colores ingenuos de Joan Miró, rojo, azul, amarillo. Siempre que entro en la cocina o en el cuarto de baño estoy obligado a leerla. La oración dice: cada día es un milagro. Aunque tengo la costumbre de afeitarme con la luz apagada, no obstante, vislumbro esa inscripción en el fondo de la oscuridad junto a la sombra de mi rostro. Ese aviso guarda también los quesos, frutas, mermeladas, pescados y otros alimentos. Antes de acceder a ellos debo deletrear mentalmente esa máxima como si fuera la clave que abre la caja del tesoro. Hace tiempo que considero que la historia universal sólo consiste en lo que sucede cada hora a doscientos metros a mi alrededor. Me afeito a oscuras porque sé que fuera están bombardeando constantemente, si bien no se derrumban las casas ni hay muertos bajo los escombros. Las ruinas sólo se producen en mi propio rostro, por eso apago la luz aunque no suenen las sirenas. Gracias a la oscuridad de momento logro salvar la cara. Es el primer milagro del día. Después de afeitarme salgo del cuarto de baño y al instante comienza la historia universal. Mientras me dirijo a la heladera oigo al chatarrero. Miro por la ventana su carromato lleno de trastos y me llevo una gran alegría al comprobar que no estoy entre ellos y ése es el segundo milagro. Abro la heladera: hay mucha mantequilla. Suena el teléfono: me llama un amigo. Salgo a la calle: hace sol, dos adolescentes se besan y yo encuentro un taxi enseguida. Leo el periódico: ha habido un accidente multitudinario y uno de los muertos no soy yo todavía. Oigo en el telediario lo que dicen unos políticos: es un milagro que yo no haya votado a esos idiotas. Asisto por la tarde a la presentación de un libro: me consuelo pensando que no soy yo el que ha escrito esa basura. Pude haberme visto el rostro en el espejo cuando me afeitaba, haber viajado en el carromato del chatarrero, no tener mantequilla en la heladera y en cambio haber escrito ese libro detestable. Cada día es un milagro.

Mis últimos muertos

Mucha pena últimamente, se están yendo los amigos.
En diciembre se fue Rubén López compañero de tango, un hombre justo, bueno y empeñoso con el que compartía el Taller de Tango del Cachafaz Luis Argamonte desde el 2007. Junto con Kike y Clarita, Rubén y yo fuimos los fundadores del "Club de chupamedias" del profe.
Eso en verdad es una broma, sin duda que parecíamos chupamedias de la primera hora, pero bueno, lo respetábamos e anche admirábamos, a él y a Nati.
Rubén no tuvo velorio, acompañamos junto a su hija Wanda y su compañero Pocho su féretro al cementerio y yo lloré porque me pareció que teníamos que haber hecho más ceremonia....

El 21 de abril se murió mi querido amigo, ex compañero, poeta de Río Grande, Tierra del Fuego y Patagonia Argentina, Julio Leite. Y adrede no digo "Mochi", su apodo de jueventud que lo acompañó hasta su muerte, incluso muches agregándole una "n" que no poseía, y le tiraban "Monchi", horrible.
Alguna vez él me dijo, "No, no me digas Mochi, decime Julio". Y así fue siempre. Hace tres años tuvo un ACV, quedó con una secuela física no muy importante, pero una hemiparesia izquierda justo él que era zurdo, y una dificultad intelectual fundamentalmente relacionada con la memoria nominal, no la de sus poemas que seguía recitando a la perfección, con la misma emoción, con su hermosa y tonante voz.
Yo no estaba en Río Grande cuando se murió Julio, llegué el 23 a la madrugada, ya todo había pasado. Llegó Ingeborg,(quien había sido su compañera en Punta Arenas, muchos años) con dudas de venir ante su ausencia, el 24 y fuimos al cementerio antes que cierre porque ella deseaba hacerlo. Finalmente solos y un poco con la ayuda de Leonel, llegamos un nicho con flores recientes e Inge dijo algunas palabras. Yo que desde el ACV sentí que Julio ya se había ido, no pude llorar, ni emocionarme ni nada. Guardé respetuoso silencio, la abracé...y nos fuimos.
Al mes ella me escribió diciéndome que estaba triste y angustiada, dudaba si lo que sentía era culpa o un sentimiento que no lograba identificar. La tranquilicé pero yo también comencé a sentirme sin él en la ciudad. Él seguía demostrándome su cariño, recordando mi cumpleaños y nuestros escasos meses juntos, y yo también lo quería mucho....aunque ya no fuera el mismo Julio.

Y ayer se murió Fabio Reiss, mucho no lo conocía, pero era un hombre afable y educado, gran amante del tango, iba a las clases del profe con su señora, María, quien en los últimos años desarrolló una enfermedad de Alzheimer y creo que ya no lo reconocía tampoco a él. Se ve que Fabio tenía alguna enfermedad cardíaca, evolucionó hacia una insuficiencia cardiaca, tuvo una neumonía y se murió. Cinco de sus hijos viajaron y hoy fuimos a su velorio con otra compañera de tango que era mucho más amiga de él y de su esposa, los conocía mucho más...yo no.

En algún momento allá por el año 2015 conversando en el taller de tango, me dio algo que había escrito y que ahora he buscado entre mis papeles infructuosamente, tenía que ver con cómo se sentía y a mí me hizo recordar a un escrito de Manuel Vicent que me había hecho llegar Hernán López Echagüe en un curso on line sobre crónicas periodísticas, recuerdo que lo imprimí y a la clase siguiente se lo llevé a Fabio.
Lo leyó y dijo que estaba mucho mejor escrito que lo suyo.
Me encantaba bailar con él en las milongas, llevaba maravillosamente bien el ritmo, empezaba y terminaba con la frase, no hacía muchos firuletes y eso no importaba en verdad.

Una los va a seguir extrañanado Rubén, Julio y Fabio.