Hoy hace37
años que se murió mi viejo. Me estoy acordando desde ayer porque siempre ato
dos acontecimientos, el cumple de Pablo y la muerte de mi viejo. Creo que
cuando se murió papá no saludé a Pablo por su cumple.
Hace unos
años luego que falleciera mamá, fui a tomar el té con una muy querida amiga de
ella: Carmencita. Carmencita se acordaba perfectamente del día de la muerte de
papá. Él y su marido había sido amigos, compañeros del Liceo militar quizás,
ahora no lo recuerdo bien, se mezclan los hechos del pasado y no hay quién nos
los aclare.
Mi papá se murió
muy joven, 52 años. Casi al mismo tiempo que lo estaban por dar de alta. Fue
terrible, incomprensible, deletéreo.
Llamaron a casa a las 3 ó 4 de la mañana, del Sanatorio del Docente donde
estaba internado.
Fue
horrible porque al llegar con mamá y correr hacia su habitación, donde
lógicamente no estaba, el pobre médico de guardia del piso intentaba explicar
lo inexplicable. Y contaba eso, que intentaba leer la historia clínica mientras
mi viejo se ahogaba por un tromboembolismo pulmonar agudo.
Después yo
quise llegar en vano hasta la morgue. Hicimos trámites, llamamos a un pariente que trabajaba en una Empresa fúnebre, me comí todas las uñas. Siguió
lo demás, el velorio, mi madre destruida, yo también, ver a papá ahí en un
ataúd y darnos cuenta que no era él, que él ya se había ido.
Papá aún durmiendo tenía la frente surcada de arrugas horizontales, como si
siempre estuviera contrayendo el frontal, y ese día no.
A mi hijo
Juan que era el mayor, le dije una huevada a vela, que el abuelo como era
marino, se había ido de viaje en un barco…pero claro…no iba a volver. Creo que
unos años más tarde su papá fue más claro y le brindó una explicación más
acertada.
Hoy leí
algo que escribió una amiga de Río Grande, quien decía que desearía que si Dios le pudiese conceder
un deseo ese fuera de cambiar algunos años de su vida por un día con su padre vivo
como ella lo recordaba. Tan amorosamente como ella lo recordaba.
Me quedé
pensando mucho en eso, y en verdad, a pesar de la forma en que nos manejábamos en la familia, pocas palabras,
pocas explicaciones, mucha culpa, yo no sé si necesitaría un día más con mi
viejo. Pero sí me gustaría volver a verlo, como lo vi en mi sueño el otro día,
y le contaba qué males físicos me aquejaban y cómo, y él preguntaba y volvía a
preguntar.
Mi papá
tampoco conoció a mis hijos menores a Panda y Eliseo, estaría bueno
presentárselos. Y menos que menos a Ernesto, mi nieto, por quien dejó de fumar
mi vieja. Creo que a pesar de nuestras grandes diferencias mi viejo estaría
orgulloso de mí, y habría sufrido cuando sufrí, y me habría consolado cuando
lloré. Independientemente de la genética, yo no sería quién soy sino fuera por
mi viejo y mi vieja.
Mi viejo
cometió errores, muchos, en su juventud temprana, otra historia personal, otro
mundo, otra educación, se arrepintió por ellos aunque nunca le hubiera dado el
cuero más que para escribirlos en una carta a una hija que se había ido un poco
lejos –yo, que aún guardo esa carta- y lo disculpo por sus errores.
Me da mucha
pena que se haya ido tan tempranamente, y aunque hayan pasado 37 años hoy, lo
recuerdo con respeto y cariño.