Yo sabía.
Sabía que
en Valparaíso me iba a enamorar.
Y también
sabía que no iba a ser el caso de enamorarme así como si nada, no,
sabía positivamente que iba a enamorarme perdidamente.
Apaixonarme
No me
quedaba claro antes de llegar si iba a reencontrarme con aquel novio
chileno que había tenido en Bolivia en mi juventud a quien abandoné,
o si iba a encontrar algún porteño casi de mi edad o más joven,
quizás algún cantor, un poeta, algún actor...
El día que
llegamos con Paula, tras largo viaje pues había habido un par de
vuelcos de camiones en la ruta y eso hizo que todo se demorara mucho,
fuimos a cenar al “Cinzano” típico bar porteño de hace mil.
El mozo nos
atendió medio como cansado, nos hizo saber rápidamente el horario
de cierre -para el que faltaba escasa hora- como escuché a alguien
que cantaba mientras tocaba la guitarra pregunté si se cobraba
derecho a espectáculo, a lo que también me respondió de mala
manera...en fin, nos quedamos igual, pese al mozo.
El cantante
cantaba en francés, y luego cantó algunas canciones muy conocidas
de Víctor Jara, Violeta Parra, pero no, no era él de quien habría
de enamorarme...lo supe.
Al otro día
fuimos a desayunar con Paula al lado del hotel -a ella no le copó el
desayuno y a mi sí- yo estaba decidida a que todo me cayera bien
hasta encontrar a mi enamorado.
Luego del
desayuno salimos a caminar sin rumbo fijo, pero en dirección a la
zona bancaria, y ya ahí me dí cuenta...
Me estaba
enamorando perdidamente de Valparaíso.
Al caminar
sus calles, ver las vidrieras de los comercios, las fachadas de los
edificios, los troles que avanzaban por las calles, le gente con las
que nos cruzábamos...
El mozo del
café, el vendedor de diarios, el de lotería, la entrada a aquel
ascensor de 1912 que llevaba a ese paseo...
La
Sebastiana: la casa de Neruda en Valparaíso, escuchar cómo se la
encargó a sus amigos, cómo la fue armando, estar ahí y ver los
paisajes que el veía, las bromas que hacía, saber cuánto le gustó
estar ahí...
Al otro día
visitar Isla Negra y otro tanto, ver cómo hizo crecer su casa, el
mar que veía ese navegante de tantos mares en tierra, los barcos que
coleccionaba, las botellas, los mascarones de proa, su escritorio y
cómo lo encontró, cómo se lo entregó el mar, la mano de Matilde
en bronce sobre él para no olvidarla, para acariciarla siempre...
Volver a
subir y bajar los cerros, deleitarme infinitamente con el arte urbano
de Valpo,..escuchar en el parque Italia a los Inti Illimani, tantas
veces escuchados en casa y ahora escucharlos en su tierra...cantar
ellos la canción a Valparaíso del gitano Rodríguez...sentirme
entre esa gente con ganas de pedir también por la educación de los
jóvenes en Chile y junto a Eva Ayllón decirle no al femicidio y a
la violencia contra las mujeres...
Tan
enamorada de Valparaíso, que voy a tener que volver...estuve poco
tiempo, conocí poca gente...subí y bajé pocos cerros, y para que
el amor se mantenga vivo hay que seguir viéndose.
Ya estoy
volviendo Valpo, espérame!
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