Con ella entramos y
con ella nos fuimos.
Ella iba por primera
vez a una milonga y esto era un lugar donde subíamos por una
escalera horrible a una planta alta, iluminada con luces de boliche,
con la música hiperalta que no permitía conversar -cuando eso es
precisamente lo que puede hacer en una ,milonga el que no baila:
conversar- en lo que teóricamente sería el hall frío, en realidad
helado y sin ninguna puerta divisoria con el resto del bailongo, la
gente fumaba. Fumaba mucho, a mí me molestó.
Quise ir a escuchar
un par de audios de mis hermanas pero había mucho humo, un asco.
Guillermo me sacó a
bailar en dos tandas, como hace mucho que no bailo y menos con él,
me equivoqué, lo pisé, le pedí disculpas...y debo decir que a
pesar de lo mucho que despotriqué contra él en el pasado, fue bueno que él me
sacara a bailar, muy bien, muy educado.
A los otros amigos
los saqué yo, a Pancho con unas milongas que no le copaban mucho y a Rubén Vivas con unos tangos. -En realidad me dijo él de bailar,
pero fue porque yo me quedé parada al lado como estatua-.
Hubo un cantor
Facundo no sé cuánto, terrible. Más fuerte que nunca la música, y
encima el cantor con el micrófono a full y parejas que bailaban.
Y nunca se lo iba a
decir a Griselda, pero yo veía quiénes de los hombres y con qué
chicas bailaban.
Los dos de Ushuaia
que antes daban “clases” con las más jóvenes, las más
bonitas., tangos imbailables. Porque se puede bailar el himno
nacional, y bailarlo bien, pero ellos no bailaban bien, no.
Griselda iba por
primera vez a una milonga y esto era como un baile en un piso de
tierra del campo, pero con baldosas y con un agua en botellita que
cuesta 50 $ y pagó Griselda. Después pusimos plata en una alcancía,
no sabíamos para qué pero pusimos. Yo no quería que ella pusiera,
me sentía culpable de haberla llevado allí, que ni siquiera su
profe con el que tomó clases particulares la sacó a bailar.
Horrible todo, la
música fuerte, el agua cara, la planchada a mi juicio innecesaria,
estuvieron buenos los abrazos y los encuentros con algunos a los que
hace mucho no veía: Cristina, Mariana, Carlitos y María. Cuando nos
fuimos con Griselda a tomar un café pensé que todo iba a mejorar y
me lleva al Casino Club, un lugar que pisé sólo una vez en los
últimos 21 años y que para mí está asociado con timba, guita,
merca, alcohol.
Nos sentamos en una
mesa y pedimos un café y un capuchino. Desde esa mesa yo seguí
sintiendo los olores de tabacos varios que no sé cómo llegaban
hasta ahí, y me molestaba. Pensé sacar una foto del lugar y
publicarla en Instagram y lo deseché, qué iba a escribir, un lugar
que odio, estoy en un lugar que odio...qué hago acá.
Empezó a fluir la
conversación con Griselda y ahí empecé a ganar. Comprendí para
que había sido todo lo anterior y lo de ese momento, me contó
porque el dueño del museo Rocsen en Córdoba, Traslasierra- lugar
donde me gustaría vivir- había decidido irse a vivir allí...por la
mica en la tierra que hacía que ese lugar tuviera una energía
importante y diferente.
Y hablamos de
médicos truchos, de coimas a directores de IPAUSS en tiempos
pretéritos, de ganancias malhabidas, de un sistema que va a acabar
por asfixiarse a sí mismo (palabras mías), de cirugías bariátricas
in crescendo, de muerte, de dolor, de mala praxis, y después nos
fuimos y en la puerta de casa dentro de su hermoso auto seguimos.
Y hablamos de
trekkings, de barquichuelos, de lagos y de viajes, de vuelcos yendo
al Michi, de su amiga que por suerte está bien ahora, y cúanto me
alegra.
Balance positivo:
Griselda Chilo 1- Milonga 0