Mi amiga, trabajadora social, me dice “Cada vez hay más”.
Más gente que pide.
En la fiesta del ovejero se acercó a la cola de la gente que esperaba
que les dieran las porciones de cordero que habían comprado, una chica rubiecita
con un cartoncito donde decía que era sordomuda, que solicitaba
ayuda.
Ella estaba por ayudarla cuando algún otro en la cola comenzó a
decir, “No, re trucha, yo la vi el otro día en la cola del banco y hablaba y
todo”.
Sigue contando que otro día afuera del servicio de Salud Mental donde
también había bastante gente se acerca una niña de unos 11 años también pidiendo
“¿Tiene cinco pesos, tiene cinco pesos?” y lo mismo, estaba por darle, cuando
alguien dice “No, esta nena, es muy piola, la vi antes de ayer, después de
recolectar por todo el hospital sale y la está esperando el papá en un Gol ahí
afuera”.
Y también vio en la panadería que llegó un chico en una bici y pidió
si les había sobrado algo y las chicas de la panadería sacaron de abajo del
mostrador una bolsa y se la dieron y tenía adentro pan y facturas, y le contaron
que sí, que el pibe llega unas tres veces a la semana siempre pidiendo y a ellas
les da lástima y le dan.
Y los viejos, los indigentes, los borrachines se refugian dónde
pueden. Difícil en este Río Grande que ya en abril tiene temperaturas bajo cero
a la noche. Y entonces después se mueren.
Porque chupan mucho y se quedan dormidos y llega la noche con su frío
y ellos no se dan cuenta y no se despiertan.
Recordó una canción de Serrat de dos amigos bajo un puente, dos
indigentes a la noche, busca en
internet y entonces la realidad es la misma en todas partes porque la canción no
aparece pero si una crónica que dice “Hasta el momento, 19 personas –14 de ellas en Buenos Aires– que, como Pichín, están condenados a dormir en la calle han perdido la vida en Argentina
por el frío. Otras 33 han fallecido por intoxicación con monóxido de carbono, debido a manipulación indebida de sistemas de calefacción.
“Amanecimos y estaba muerto. No pudimos revivirlo. Hace casi un
año que vivimos bajo el puente y no tenemos dónde ir. En los refugios estás peor que acá y en los hoteles que nos consigue el gobierno de
la ciudad no nos quieren, decía entre lágrimas una madre de 34 años y unos
cuantos hijos, que acababa de perder a su bebé de siete meses,
congelado en la noche bajo el puente de la autopista 25 de mayo. Sólo cuando la
muerte del niño fue noticia, el gobierno local alojó a la mujer y a su familia
en un refugio”.
Y esa crónica era del 22 de julio de 2010. Y claro porque debe haber
sido en esa época o quizás antes cuando un hombre de 42 años se murió en el
Kiosco Fénix en Río Grande, o lo que había sido el gran kiosco Fénix y pasó a
ser sólo un refugio-trampa para indigentes, a la mañana los compañeros lo
quisieron despertar y nada, estaba muerto. Hipotermia.
O aquellos otros, pobres, que eran viejos también, y se ve que eran
pareja y paraban en la garita de la vuelta del hospital, y la cerraron como
pudieron con cartones y nylon y maderas y prendieron un fueguito con los pallets
y a la mañana siguiente se descubrió que se habían muerto
asfixiados.
Y entonces luego iban a dormir a la guardia del Hospital, y claro a
los pacientes, a los enfermeros, a los que limpiaban les molestaba el olor –el
olor de los indigentes-y llegó un subsecretario y les hizo “meter goma” como él
mismo dijo, y cuando una ex funcionaria se quejó le dijo “Ah ¿querés que te los
mande a tu casa?”
Y la misma ex funcionaria antes habló con una monja que había sabido
ser enfermera pero estaba jubilada y trabajaba con CARITAS y le dijo que se
podía llegar a hacer algo autogestionado por los mismos viejos y la monja le
dijo que ella ya se iba que lo pensara mejor, “que había que apoyar lo que tenía
la municipalidad”. Pero todos sabían que los indigentes no lo querían, no
querían dormir ahí, no les gustaba.
Y después de hablar con la monja habló con la ministra de Desarrollo
Social, que le dijo “No me traigas problemas, tráeme soluciones”. Y ella
contenta le dijo que sí, que se las llevaba. Que el centro autogestionado, que
alguna de las casas que tenía gobierno y estaban desocupadas. Que pedirían
donaciones a los comerciantes locales para camas, colchones, cubiertas de
cuerina para los colchones, que lo único que tenía que haber era calefacción,
agua calentita, sábanas y toallas. Y a la noche una olla grande de guiso y a la
mañana una grande mate cocido.
Que si el Hospital ayudaba al Hogar de ancianos de enfrente con tres
o cuatro comidas diarias y les lavaba la ropa y todo, a ese lugar que tenía
ayuda no estatal y que los mismos internados solventaban económicamente, por qué
a este lugar no. Que no se necesitaba personal, solamente una persona para la
noche, y que se iba a comprometer a los mismos asistentes a que lo tuvieran
limpio y ordenado.
No hubo caso esa no era una solución.
“Es que se van muriendo y ya viene el invierno, y en esa garita de la
vuelta ya se murieron tres, y no puede ser”, le dijo a la
ministro.
A la otra semana la garita estaba demolida.
“Es que cada vez hay más, ahora mismo hay cada vez más, vienen más. Y
ya no son viejos, son jóvenes, está lleno”, dice la trabajadora social. Y cuenta
también que “sacaron de cuajo la otra garita, una que ni siquiera era de
material, sino de caño y policarbonato, como si fuera una garita del Caribe, no
de acá, y la sacaron, la desaparecieron”.
A nadie le interesa, ni en Tierra del Fuego, ni en la Capital
Federal, el indigente justamente “no garpa”, debe ser que no
votan.
Parece la horrible definición pública de Videla sobre los
desaparecidos "Es un
desaparecido, no tiene entidad. No está ni muerto ni vivo, está
desaparecido...” Eso parece en nuestro país el indigente: un
desaparecido.
Si no los vemos: no existen.