Castigo
Este año ya no habrá
siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la resignación
MANUEL VICENT ― 27 JUL 2014
A media tarde el nublado descarga un furioso pedrisco sobre los
trigales, los viñedos y todos los frutales. Después de esta maldad sale
el sol y los pájaros se ponen a cantar la gloria del Creador. Este año
ya no habrá siega, ni vendimia, ni otra cosecha que no sea la
resignación. El campesino se pasea entre los surcos de su huerto
desolado y eleva la mirada al cielo. Dios lo ha querido, alabado sea.
Puede que el campesino cambie esta jaculatoria por una blasfemia. Da
igual. Son la cara y cruz de una misma y vieja plegaria. El campesino
recuerda que esperó que lloviera en noviembre para que hubiera una buena
sementera. Sembró el trigo, cuidó que germinara, vio con alegría que
los trigales se ondulaban con la brisa de abril, esperó a que cuajaran
las espigas y después de mucho sudor, estando el trigo granado, el cielo
le ha mandado piedras del calibre de huevos de pato y en un cuarto de
hora Dios lo ha segado todo. El campesino también esperaba que aquellos
sarmientos que podó con esmero darían un vino excelente para alegrar
nupcias y fiestas, pero este año el Creador ha tenido el capricho de
beberse todo el vino él solo de un trago. El campesino vio florecer el
azahar de los naranjos, se gastó todos sus ahorros para que cuajara el
fruto. Desde la primavera luchó a brazo partido contra toda clase de
pestes y miserias. Apartando las ramas contemplaba con placer cómo su
trabajo tenía merecida recompensa. Pero esta vez, en pleno verano, el
dios de la naturaleza ha querido comerse todas las naranjas de postre en
una sola sentada. Alabado sea el Señor. Plagas, heladas, sequías,
pedrisco, incendios, inundaciones, castigos que duran tres mil años,
desde que Caín decidió hacerse agricultor. ¿Crisis? Al oír que en la
ciudad se quejan de la crisis el campesino sonríe y calla. Son tres mil
años de resignación.